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El precio de la felicidad instantánea

¿Qué sacrificamos al perseguir esa euforia fugaz que llamamos felicidad?


¿Es realmente alegría lo que sentimos, o solo una especie de anestesia temporal para evitar el peso del mundo?


Vivimos en una era que se sostiene del tráfico de la ilusión del bienestar inmediato. En consecuencia, nos hemos vuelto adictos a las soluciones rápidas, entrenados para huir de lo incómodo, para llenar el vacío con distracciones. Abrazando el hedonismo y ajenos al hecho de que toda adicción es una forma de aliviar el dolor. Pero, aunque nos distanciemos de nuestro propósito, miramos a otro lado y somos fugazmente felices.


En contraste, la realidad no ofrece abrazos cálidos. La vida, en esencia, es desafiante. Rompe planes, exige confrontar lo que evitamos y nos lanza al suelo para recordarnos que el sufrimiento no surge del dolor en sí, sino de nuestra resistencia a aceptar lo que es. Esto nos recuerda que la felicidad no está en huir del dolor, sino en encararlo. Teniendo presente que la fricción no es la excepción, sino la constante que nos ofrece la semilla del crecimiento .


Pero tampoco es tan simple, ya que nuestras decisiones y relaciones están teñidas por herencias invisibles de padres, hermanos, cuidadores... Y con ellos, sus miedos, silencios y patrones que se instalaron en nosotros como guías inconscientes. Desde nuestra devoción a esta jerarquía oculta, evitamos conversaciones necesarias, normalizamos vínculos vacíos y, sobre todo, huimos de lo incierto. Hábitos que fueron protectores en algún momento se vuelven trabas que reprimen nuestro avance.


A pesar de que no elegimos estos guiones, decidimos repetirlos, y de este punto emerge nuestro dilema. Reemplazamos el trayecto a la reflexión con distracciones, idilios efímeros, adicciones o rutinas mecánicas, pausando nuestro recorrido. No es el pasado lo que nos ata, sino nuestra renuncia a cuestionarlo.


Existe, sin embargo, una voz que nos aleja de estas pulsiones. Surge de sueños inquietos que nos muestran las consecuencias angustiosas de priorizar lo fácil sobre lo significativo. Revelando que nuestras crisis, pérdidas y golpes no son casualidades, sino cuentas pendientes con nosotros mismos.


Entonces, la pregunta pasa de ¿Cómo ser feliz? a ¿Qué hacer cuando todo se desmorona?


La respuesta está en escuchar esa voz que nos empuja a enfrentar lo necesario, por mucho que nos asuste. No hay atajos. La felicidad duradera no es un destino, sino huesos doloridos y amaneceres inesperados.


Porque la luz solo brilla cuando toleramos la oscuridad que la precede.

 
 
 

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IGOR OJINAGA

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